martes, 5 de junio de 2007

La perversa Alicia. 1era entrega.

En el matutino fastidio de su cuarto Alicia soñaba con camiones y camiones de soldados; para orgullo de nacionalistas y folclores, ésta Alicia nuestra no tenía problemas en imaginar hediondas soldadescas endógenas.

A sus 24 añitos los soldados al brad pit style, se le antojaban muy caricatura, fuera de tenor y de un amarillismo pasmoso, desde luego aquello tenía una influencia negativa en los turbios rieles de su cachondez.

Su disparada imaginación prefería sumirse al contexto, llegar al pálido soldadito raso y pajizo, al negrito querendón y bueno para nada, al indio de verga diminuta, todos, eso sí, con la “viveza”, de creerse el daddy ice.

Alicia hipnotizaba al tiempo, su lengua restregaba con maldad sus labios, mientras soñaba que mordía tetillas aviesas, que mil manos la apretujaban, que las tetas le eran dulcemente masajeadas por fogosos muchachos, mientras rozaba su entrepierna (adoraba frotar su clítoris sólo al momento no aguantar más), arqueaba el cuerpo como un látigo infernal, y de nuevo soñaba que una lengua caliente jugueteaba con su pezón. Manos que la apretaban por las caderas, mordiscos que minaban sus blancas nalgas de veinteañera experimentada.
Contorsionaba su pelvis con una felicidad feroz, pensando que otra (de las mil manos) apretaba su coño ya resbaloso, y olorosamente aceitado con el aceite de la perdición.

Su cuerpo se le perdía en momentos en un laberinto de labios y lenguas, brazos que la abrazaban, sus nalgas se comprimían e iban de febriles estados minúsculos a febriles estados mayúsculos, todo ello con una avidez y un hambre pocas veces vistas.
El pozo de su aceite ya empezaba a quemarle las piernas, y esto hay que decirlo, ya comenzaba a quemar al mundo.

Alguien le mordía las rodillas, un desaforado que no desperdiciaba nada se comía sus pantorrillas, lamía sus dedos, sus tobillos, y nuevamente a las rodillas, para subir y morder y lamer sus muslos.

Sus manos en sus tetas jugaban a la fascinación de mordiscones suaves.

Y nuestra Alicia con los vidrios de los ojos cortaba el aire, con el gas de su aliento opacaba los cristales.

Ahora en un ámbito distinto de su fantasía, Alicia otorgaba sus placeres a un solo hombre que se deslizaba por las sombras de su propio cuerpo, hundía la buena mano en su coño, le besaba y lamía la espalda, y Alicia soltaba estos y aquellos espasmos.
Dios es grande, sintió al tanteo en su fémina mano aquella verga, ancla del mundo –se dijo así misma- ven a mí y tanteó la dimensión de aquella columna dórica, sensación que la hizo desplegar aún más aquel aceite, que por estas alturas era ya patrimonio del mundo.
Continúa…

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