sábado, 23 de junio de 2007

Desayuno de cucarachas para el perdido

(Un cuentico para Lucía)
Pedro Marrero, asistió sin saber por qué (esas cosas pasan)
al velatorio de un amigo. Los rostros despreocupados poblaban el
recinto, porque según parece que cuando se asiste a un velorio,
al menos por ese momento uno jura que la muerte es para mucho
después, un asunto de otros, que ya pasó cerca y que sería el colmo que...



Este amiguete nuestro no se acercó al cajón a echarle un último
ojo a su "amigo", -ni de vaina- se decía a si mismo, -esos bichos a
veces se mueven y luego uno se duerme pensando en esas cosas,
y eso no es dormir- .
Se acercó al café.
Mientras humeaba un astor rojo y sorbía el café,
notó que no conocía a nadie.
Raro.

Emerge como una cruel visión una señora increiblemente vieja,
pongamos de unos 114 años, con un absurdo sombrerito de
sobresaliente pluma marchita, maquillada y vestida de otros
tiempos, parecía que recién salía de algún cuadro impresionista,
se acerca al cajón. Los presentes que estaban dispersos se
detuvieron a mirar aquello.


Pedro como un Pascual Guillén cualquiera, comenzó a llenarse
de un polvillo húmedo asqueroso, tirando a limo, la boca se le secó,
un tirón antivital en el interior de las costillas, puntas de los
pies frías, y los ojos se le volaron y a poco que los oídos
se le endurecieron, alcanzó a escuchar con la sal del asombro
a la vieja de otros tiempos largar un gemido
chicloso -¡¡ayyyyyy Pedro como te fuiste, como te fuiste mijo!!



Minutos más tarde se vio saliendo de las puertas del Teatro
Nacional, se sentía más caúcasico que siempre y desgarbado,
finalmente estuvo solo en una banqueta de la plaza
contigua. No ha sabido más de sí aúnque se esfuerza por
encontrase.


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